BISNES
—Tú siempre traes unos bisnes bien raros.
—Así es la vida —por dar una respuesta, contesté—.
Reconozco que la vida, o digamos en su caso, la cotidianidad lleva un reloj interno, que hay que cumplir, satisfacer o hacer. Pero no siempre se puede.
Por lo general, no… en mi caso muy particular, es algo que no respeto mucho, no por la cuestión de ir en contra o estar fuera de ciertos patrones de conducta social o moral, sino, simple y sencillamente no se da, o no se me da. Ni siquiera en cumplir con las necesidades básicas. Muchas veces, siempre, he alterado mi reloj biológico al no dormir, comer, defecar a sus horas correspondientes, y si soy sincero, no hay cosa más linda en el mundo, gratificante, sublime, poética, orgásmica, en pocas palabras la gloria eterna —si es que existe, y de acuerdo al concepto bíblico—, como ir al baño y... dejar ahí, la esencia, esa otra parte de nosotros: defecar.
Días enteros he estado sin comer, sin dormir, sin poder ir al baño, por la constante embriaguez del cuerpo.
Y si enfrento todo lo anterior al deber ser, al responder a, o al cumplir con el trabajo, con lo normal, con lo social etc. ¿Qué queda? La locura total. ¿Ahora que le respondo a este tipo? Nada, absolutamente nada. No son complacencias, no soy la radio.
—Necesito sangre… es una urgencia…
—Okay… Víctimas… salgo para allá.
Podría contarle mil historias para satisfacer sus dudas, pero qué caso tiene… Aunque debo aceptar que tiene algo de razón. Siempre que busco a Tren es para mis experimentos o viceversa; para mis cuartadas. Tal vez sea cansado, pero hasta el momento Tren no ha presentado queja alguna.
Aparte de que le serviría la historia… —siempre esta apatía—. El hombre topo trabaja, corrige, llora, sufre, vive. Señor topo. Sí. Buenas tardes, necesitamos dos unidades de sangre. Buenas tardes… gracias por avisarme… salgo inmediatamente… sí, sí, sí. El hombre topo excava galería tras galería en busca de Tren. Tren ayúdame necesito sangre. No puedo. Por favor. Ahora no, más tarde. Okay, te espero. Dime dónde y voy. Sale.
Buenas tardes… vengo a dejar la sangre que necesitan. Que bien, pase.
Una vez más en estos cuartos blancos, con las luces incandescentes, que me recuerdan las noches de neón, en la Zona. Contestando la mil y una pregunta de la enfermera qué si tiene esto, eso, aquello, lo otro etc... qué si he tenido relaciones sexuales del tercer tipo, qué si me he prostituido o comprado sexo, qué en cuántas orgías he estado... drogas, alcohol, condones, tatuajes, etc... en fin, que le importa —aunque me dijeron que a todo diera una respuesta negativa, salvo cuando me preguntara sobre la cuestión de la donación—. Ya no sé lo que he contestado de tanto no....
Espero que la sangre sirva de algo, y sino ni modo. Ya esta ahí.
—Así es la vida —por dar una respuesta, contesté—.
Reconozco que la vida, o digamos en su caso, la cotidianidad lleva un reloj interno, que hay que cumplir, satisfacer o hacer. Pero no siempre se puede.
Por lo general, no… en mi caso muy particular, es algo que no respeto mucho, no por la cuestión de ir en contra o estar fuera de ciertos patrones de conducta social o moral, sino, simple y sencillamente no se da, o no se me da. Ni siquiera en cumplir con las necesidades básicas. Muchas veces, siempre, he alterado mi reloj biológico al no dormir, comer, defecar a sus horas correspondientes, y si soy sincero, no hay cosa más linda en el mundo, gratificante, sublime, poética, orgásmica, en pocas palabras la gloria eterna —si es que existe, y de acuerdo al concepto bíblico—, como ir al baño y... dejar ahí, la esencia, esa otra parte de nosotros: defecar.
Días enteros he estado sin comer, sin dormir, sin poder ir al baño, por la constante embriaguez del cuerpo.
Y si enfrento todo lo anterior al deber ser, al responder a, o al cumplir con el trabajo, con lo normal, con lo social etc. ¿Qué queda? La locura total. ¿Ahora que le respondo a este tipo? Nada, absolutamente nada. No son complacencias, no soy la radio.
—Necesito sangre… es una urgencia…
—Okay… Víctimas… salgo para allá.
Podría contarle mil historias para satisfacer sus dudas, pero qué caso tiene… Aunque debo aceptar que tiene algo de razón. Siempre que busco a Tren es para mis experimentos o viceversa; para mis cuartadas. Tal vez sea cansado, pero hasta el momento Tren no ha presentado queja alguna.
Aparte de que le serviría la historia… —siempre esta apatía—. El hombre topo trabaja, corrige, llora, sufre, vive. Señor topo. Sí. Buenas tardes, necesitamos dos unidades de sangre. Buenas tardes… gracias por avisarme… salgo inmediatamente… sí, sí, sí. El hombre topo excava galería tras galería en busca de Tren. Tren ayúdame necesito sangre. No puedo. Por favor. Ahora no, más tarde. Okay, te espero. Dime dónde y voy. Sale.
Buenas tardes… vengo a dejar la sangre que necesitan. Que bien, pase.
Una vez más en estos cuartos blancos, con las luces incandescentes, que me recuerdan las noches de neón, en la Zona. Contestando la mil y una pregunta de la enfermera qué si tiene esto, eso, aquello, lo otro etc... qué si he tenido relaciones sexuales del tercer tipo, qué si me he prostituido o comprado sexo, qué en cuántas orgías he estado... drogas, alcohol, condones, tatuajes, etc... en fin, que le importa —aunque me dijeron que a todo diera una respuesta negativa, salvo cuando me preguntara sobre la cuestión de la donación—. Ya no sé lo que he contestado de tanto no....
Espero que la sangre sirva de algo, y sino ni modo. Ya esta ahí.
Comentarios