UNA FOTO...
Hace tiempo que no escribía absolutamente nada —por plantearlo de alguna manera—. ¿Por qué? La respuesta es que, no tenía la confianza necesaria, aunque miento. La verdadera respuesta o la certeza de tal suceso es de que esto, es decir, lo que escribo no fuera esculcado, leído, también se podría decir y, lo estoy escribiendo, manoseado por alguien más.
Desde pequeño tuve la ilusión de escribir, escribir, escribir... pero no siempre se puede, por más simple que sea, siempre existe un impedimento… Sé que escribir, y siempre me ha quedado muy claro, es un trabajo de nalgas: el veinte por ciento es trabajo intelectual —en caso de que exista—, y el ochenta por ciento restante es de esas dos porciones carnosas y redondeadas entre el final de la columna vertebral y el comienzo de los muslos, según la RAE.
Pero vayamos desglosando un poco más, para que se entienda esta situación. Acostumbrado al sedentarismo, al ir de aquí para allá y viceversa sin freno alguno, decidí cambiarme de casa, de apartamento, en fin, compartir con alguien más. En busca de solventar la soledad, pero uno esta acostumbrado a ciertas libertades, como andar desnudo, leer en el baño sin importar el tiempo, dejar la ropa por donde sea, comer a deshoras, igualmente dormir cuando y cuanto se plazca; por último y sin olvidar la dosis del sexo: a veces, físico y mental siempre. Y eh ahí, el origen del miedo, del problema, o como mejor gusten llamarle.
Digamos que tan afortunada compañera es al antónimo perfecto... siempre vestida, algo fachosa; lecturas muy pocas, salvo las de la farándula artística de moda, y las entradas al baño sólo para lo necesario, ustedes entienden; la ropa en su lugar; la comida a la hora exacta, ni un minuto más ni uno menos, su casa no es restaurante y cosas por el estilo; dormir no se diga más, excepto los fines de semana: desvelada segura; y el sexo dependiendo del clima hormonal: espérate, aquí no, así menos, yo no soy una de esas, por ahí no, estas loco, no eres normal, yo no hago eso, hoy no, estoy cansada, tengo prisa, mañana, al rato, no soy ninfomaníaca...
¿Pero quién te tiene ahí, así? ¿Qué puta necesidad? Ninguna.
Por eso las razones de no poder escribir... Aparte de la meticulosidad de dicho antónimo, para el chequeo continuo: en mi casa no quiero chingaderas de ninguna clase, con tus amigos podrás hacer lo que quieras, pero a mi, óyelo bien, a mi me respetas cabrón, droguitas, ni madres... haber que escribes, a quien le dedicas tus poemitas, tus cursilerías a otra parte, estas conmigo y te aguantas canijo, si no ya veras: me mato, me mato...
¿Cuál es el camino? No lo hay.
De vez en cuando alterar los sentidos, nos sirve para olvidar la cruel y mísera realidad —mentira—, de la cual estamos sujetos en cuerpo y mente; en un principio por la aceptación de querer experimentar y sentir algo del castigo, de los mismos errores ya escritos y vistos en otras caras, en otros cuerpos: una foto.
Desde pequeño tuve la ilusión de escribir, escribir, escribir... pero no siempre se puede, por más simple que sea, siempre existe un impedimento… Sé que escribir, y siempre me ha quedado muy claro, es un trabajo de nalgas: el veinte por ciento es trabajo intelectual —en caso de que exista—, y el ochenta por ciento restante es de esas dos porciones carnosas y redondeadas entre el final de la columna vertebral y el comienzo de los muslos, según la RAE.
Pero vayamos desglosando un poco más, para que se entienda esta situación. Acostumbrado al sedentarismo, al ir de aquí para allá y viceversa sin freno alguno, decidí cambiarme de casa, de apartamento, en fin, compartir con alguien más. En busca de solventar la soledad, pero uno esta acostumbrado a ciertas libertades, como andar desnudo, leer en el baño sin importar el tiempo, dejar la ropa por donde sea, comer a deshoras, igualmente dormir cuando y cuanto se plazca; por último y sin olvidar la dosis del sexo: a veces, físico y mental siempre. Y eh ahí, el origen del miedo, del problema, o como mejor gusten llamarle.
Digamos que tan afortunada compañera es al antónimo perfecto... siempre vestida, algo fachosa; lecturas muy pocas, salvo las de la farándula artística de moda, y las entradas al baño sólo para lo necesario, ustedes entienden; la ropa en su lugar; la comida a la hora exacta, ni un minuto más ni uno menos, su casa no es restaurante y cosas por el estilo; dormir no se diga más, excepto los fines de semana: desvelada segura; y el sexo dependiendo del clima hormonal: espérate, aquí no, así menos, yo no soy una de esas, por ahí no, estas loco, no eres normal, yo no hago eso, hoy no, estoy cansada, tengo prisa, mañana, al rato, no soy ninfomaníaca...
¿Pero quién te tiene ahí, así? ¿Qué puta necesidad? Ninguna.
Por eso las razones de no poder escribir... Aparte de la meticulosidad de dicho antónimo, para el chequeo continuo: en mi casa no quiero chingaderas de ninguna clase, con tus amigos podrás hacer lo que quieras, pero a mi, óyelo bien, a mi me respetas cabrón, droguitas, ni madres... haber que escribes, a quien le dedicas tus poemitas, tus cursilerías a otra parte, estas conmigo y te aguantas canijo, si no ya veras: me mato, me mato...
¿Cuál es el camino? No lo hay.
De vez en cuando alterar los sentidos, nos sirve para olvidar la cruel y mísera realidad —mentira—, de la cual estamos sujetos en cuerpo y mente; en un principio por la aceptación de querer experimentar y sentir algo del castigo, de los mismos errores ya escritos y vistos en otras caras, en otros cuerpos: una foto.
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