SÓLO PALABRAS…
Tengo tiempo sin vacaciones, parte de ser un desempleado activo, y ya es hora de salir de la ciudad.
Dio inicio la temporada de futbol, en la montaña. Me servirá para ejercitar el cuerpo y despejar los pensamientos, que se encuentran atrancados.
Hay días de nostalgia, en los que me pregunto, porque bajé de la montaña, pienso que jamás debí hacerlo. Tal vez uno de mis futuros probables —si el hubiese existiera—, sería el estar casado y con unos cinco hijos (tengo dos), trabajando en la labor; el otro, perdido en el vicio, siempre borracho y en conflictos; y por último: seis metros bajo tierra.
Reconozco que he aprendido cosas en la ciudad; qué devoré libros y libros y libros, además de cervezas; qué me tropecé con circes y calipsos.
Recorrí demasiadas calles, siempre en la madrugada, tocando puertas, haciendo llamadas, en busca de algo, de algún beso, de una caricia, de una cama, de una palabra, de la eterna Penélope. Pero yo no soy Ulises; no hay Penélope; e Ítaca esta en las montañas, en mis utopías mentales. ¿Cómo se calma la ansiedad? No hay respuesta
Traté de soñar a diario y me encontré con demasiados baches; puertas cerradas; teléfonos apagados o desconectados; camas vacías y cuerpos que no correspondían.
Igual y todo sea un sueño: mi raíz, mis dudas, mi desesperación, mis ideas. Mi lobo.
Este vivir decepcionado de todo, del deber ser. Querer descifrar el más allá del “soy humano”.
Es cansado perder, pero lo es aún más, el tener que soportar lo que no nos gusta. Tener que responder sonrisas y palabras huecas a caras necias. Aferrarse a relaciones y amistades mal correspondidas. Estar en competencias absurdas de valores inexistentes. Convivir con el “yo tengo”, “el yo, yo, yo…. hasta el infinito de ida y de regreso”.
Hallarse en el engaño.
Traté de caminar por otras aceras, engañarme y pensar que mi manera de ser era la adecuada —¿Pero para quién?—, lejos de la sociedad, de relaciones ilógicas y mujeres nebulosas.
Aceptar que mi soltería nunca ha existido, y darme cuenta que siempre he estado a lado de un hembra. Que tengo tiempo tratando de dedicarme a mí mismo, y no he podido romper con el círculo vicioso de estar preocupado por otras cosas: trabajo, vestido, casa y mujeres. Por no poseer la respuesta precisa —si es que existe— para cada duda.
Deseando a diario con un mecenas, par escribir, siempre escribir, leer y recitar la vieja poesía del unodos, unodos, unodos…
Pero la realidad es distinta, aunque mi cabeza este llena de tanta fantasía.
Asmático de estar siempre buscando un trabajo, de entrevistas y frases: “yo le hablo”, “no es el perfil que buscamos”, “no pertenece al empleo formal”, “No. No. No…”, siempre bajo el yugo del “dedazo”.
Días de sentirme culpable por haber estudiado contracorriente.
Días defendiendo mis sueños, de guerra por no prostituirme mentalmente.
Días en lo que no quiero terminar en camas que no deseo.
Días de renuncia…
Saber que la lectura y la escritura son los únicos consuelos —incluyendo el daño o no a terceras personas—.
Lo único cierto, es que esto no ha terminado, aún le falta rato —eso digo yo—. Que seguiré aquí, caminando, tropezándome y levantándome.
Que tengo dos hijos —y los que faltan por llegar—, un costal de coraje, rabia, furia, enojo, orgullo; tierra en las uñas y harta calentura.
Y por último harto de dar explicaciones y pedir disculpas de cosas que no me siento culpable.
Dio inicio la temporada de futbol, en la montaña. Me servirá para ejercitar el cuerpo y despejar los pensamientos, que se encuentran atrancados.
Hay días de nostalgia, en los que me pregunto, porque bajé de la montaña, pienso que jamás debí hacerlo. Tal vez uno de mis futuros probables —si el hubiese existiera—, sería el estar casado y con unos cinco hijos (tengo dos), trabajando en la labor; el otro, perdido en el vicio, siempre borracho y en conflictos; y por último: seis metros bajo tierra.
Reconozco que he aprendido cosas en la ciudad; qué devoré libros y libros y libros, además de cervezas; qué me tropecé con circes y calipsos.
Recorrí demasiadas calles, siempre en la madrugada, tocando puertas, haciendo llamadas, en busca de algo, de algún beso, de una caricia, de una cama, de una palabra, de la eterna Penélope. Pero yo no soy Ulises; no hay Penélope; e Ítaca esta en las montañas, en mis utopías mentales. ¿Cómo se calma la ansiedad? No hay respuesta
Traté de soñar a diario y me encontré con demasiados baches; puertas cerradas; teléfonos apagados o desconectados; camas vacías y cuerpos que no correspondían.
Igual y todo sea un sueño: mi raíz, mis dudas, mi desesperación, mis ideas. Mi lobo.
Este vivir decepcionado de todo, del deber ser. Querer descifrar el más allá del “soy humano”.
Es cansado perder, pero lo es aún más, el tener que soportar lo que no nos gusta. Tener que responder sonrisas y palabras huecas a caras necias. Aferrarse a relaciones y amistades mal correspondidas. Estar en competencias absurdas de valores inexistentes. Convivir con el “yo tengo”, “el yo, yo, yo…. hasta el infinito de ida y de regreso”.
Hallarse en el engaño.
Traté de caminar por otras aceras, engañarme y pensar que mi manera de ser era la adecuada —¿Pero para quién?—, lejos de la sociedad, de relaciones ilógicas y mujeres nebulosas.
Aceptar que mi soltería nunca ha existido, y darme cuenta que siempre he estado a lado de un hembra. Que tengo tiempo tratando de dedicarme a mí mismo, y no he podido romper con el círculo vicioso de estar preocupado por otras cosas: trabajo, vestido, casa y mujeres. Por no poseer la respuesta precisa —si es que existe— para cada duda.
Deseando a diario con un mecenas, par escribir, siempre escribir, leer y recitar la vieja poesía del unodos, unodos, unodos…
Pero la realidad es distinta, aunque mi cabeza este llena de tanta fantasía.
Asmático de estar siempre buscando un trabajo, de entrevistas y frases: “yo le hablo”, “no es el perfil que buscamos”, “no pertenece al empleo formal”, “No. No. No…”, siempre bajo el yugo del “dedazo”.
Días de sentirme culpable por haber estudiado contracorriente.
Días defendiendo mis sueños, de guerra por no prostituirme mentalmente.
Días en lo que no quiero terminar en camas que no deseo.
Días de renuncia…
Saber que la lectura y la escritura son los únicos consuelos —incluyendo el daño o no a terceras personas—.
Lo único cierto, es que esto no ha terminado, aún le falta rato —eso digo yo—. Que seguiré aquí, caminando, tropezándome y levantándome.
Que tengo dos hijos —y los que faltan por llegar—, un costal de coraje, rabia, furia, enojo, orgullo; tierra en las uñas y harta calentura.
Y por último harto de dar explicaciones y pedir disculpas de cosas que no me siento culpable.
Comentarios