LA VIDA ES BELLA
Ya he mencionado con anterioridad a La Furia y su regreso, igualmente que le he compuesto varios cuentos, cantos y poemas; alguna vez hice una página de Internet. En resumen siempre escribo dell sentimiento que causa en mi persona. La Furia Nació en 1994 —espero no equivocarme—, es decir, ya tiene más de 10 años, de caídas y subidas, historias multicolor.
En mi caso, por contarlo de alguna manera, dejé de jugar por tres años futbol, debido a una operación de meniscos en la rodilla izquierda. La recuperación fue lenta, pero necesaria, aunque hay días en los que dudo y sospecho que la articulación no quedo muy bien. Durante es lapso de tiempo me dediqué a contemplar el futbol a través de una pantalla de televisión; ejercicios de rehabilitación y sobre todo a engordar notablemente: la dieta de tortas, tacos y frituras —nunca falla—. Me abstuve de ir a cualquier partido real, en un principio de cuentas para no llorar; la otra frenar el impulso de jugar y mandar al diablo mis piernas. En estos días puedo decir que lo logre.
Y se dio el retorno de La Furia. La tarea de conjuntar a todos sus elementos no fue difícil, pues hay un dicho que versa así: “Donde hubo fuego, cenizas quedan”, el cual aplica exactamente al equipo, aparte de conocer que el fuego no se extingue, sino que avanza por debajo de la tierra en espera de renacer. A todos nos unió el deseo de jugar, de volver a correr en un campo y sentir la adrenalina en su máxima expresión. Aunque aceptando que no es lo mismo diez kilos después, aparte de la falta de práctica y el ritmo de juego.
En conclusión, todo va adecuadamente: triunfos, derrotas y empates.
En lo que a mí respecta, y me veré muy ególatra al escribirlo, es un lecho de rosas, miel sobre hojuelas y todas aquellas metáforas que apliquen en su caso. Volví a mi estado natural, a mi esencia; a la libertad que andaba extraviada, al mundo de los sueños y las patadas… a tomar la dosis necesaria contra el estrés y la monotonía.
Puedo decir y plasmarlo aquí, que he bajado de peso, he recuperado el ritmo —aún falta— y las ganas de vivir, de ya no quejarme tanto, de dejar atrás los recuerdos de las muletas. Considero que el desempeño dentro del cuadro de juego, ha sido regular, pero constante. Los kilos de más se han ido esfumando en cada partido, y la agilidad empieza a surgir, lo mismo que la soltura y la seguridad en el desempeño. Me he estado esforzando de defender, en jugar como contención o defensa central, para probar mis fuerzas, mis ganas de volver a la batalla, el liet motive de la existencia y la eterna lucha contra el miedo.
El domingo cambié de posición, y retome la delantera, como en los viejos tiempos —hace más de seis años—, para buscar la consagración de los dioses, el gol. Mi rendimiento fue aceptable. Para exagerar un poco: extraordinariamente sublime y excelente. Controlé, burlé, driblé, golpeé, caí, me levanté, pasé balones y anoté uno de los goles más esplendorosos en la historia del futbol.
La escena, un campo llanero, 22 jugadores, un árbitro, la porra y banca de ambos equipos, el sol de mediodía y el viento soplando al norte. Gritos y pasión. Un juego intrincado en medio campo. Y en un instante se origina un pase-centro filtrado entre la defensa central y la eminente salida del portero, todo en un especio de tres metros. Por mi parte, corrí al límite, aceleré en menos de tres segundos, hasta donde mi organismo lo permitió. En mi mente se concibió el gol, la portería, el espacio-tiempo y la gloria. Punteé el balón, levantándolo, dejándolo lejos de las manos del cancerbero y los defensas, con dirección al arco: goooool!
¿Cómo hubiera celebrado años atras? Estrepitosamente, dando algunas maromas, quitándome la playera y gritando desaforadamente gol hasta sentir el agotamiento de la garganta y la inevitable salida de un gallo, haciendo mil piruetas, señales y repartiendo besos a mansalva.
En mi caso, por contarlo de alguna manera, dejé de jugar por tres años futbol, debido a una operación de meniscos en la rodilla izquierda. La recuperación fue lenta, pero necesaria, aunque hay días en los que dudo y sospecho que la articulación no quedo muy bien. Durante es lapso de tiempo me dediqué a contemplar el futbol a través de una pantalla de televisión; ejercicios de rehabilitación y sobre todo a engordar notablemente: la dieta de tortas, tacos y frituras —nunca falla—. Me abstuve de ir a cualquier partido real, en un principio de cuentas para no llorar; la otra frenar el impulso de jugar y mandar al diablo mis piernas. En estos días puedo decir que lo logre.
Y se dio el retorno de La Furia. La tarea de conjuntar a todos sus elementos no fue difícil, pues hay un dicho que versa así: “Donde hubo fuego, cenizas quedan”, el cual aplica exactamente al equipo, aparte de conocer que el fuego no se extingue, sino que avanza por debajo de la tierra en espera de renacer. A todos nos unió el deseo de jugar, de volver a correr en un campo y sentir la adrenalina en su máxima expresión. Aunque aceptando que no es lo mismo diez kilos después, aparte de la falta de práctica y el ritmo de juego.
En conclusión, todo va adecuadamente: triunfos, derrotas y empates.
En lo que a mí respecta, y me veré muy ególatra al escribirlo, es un lecho de rosas, miel sobre hojuelas y todas aquellas metáforas que apliquen en su caso. Volví a mi estado natural, a mi esencia; a la libertad que andaba extraviada, al mundo de los sueños y las patadas… a tomar la dosis necesaria contra el estrés y la monotonía.
Puedo decir y plasmarlo aquí, que he bajado de peso, he recuperado el ritmo —aún falta— y las ganas de vivir, de ya no quejarme tanto, de dejar atrás los recuerdos de las muletas. Considero que el desempeño dentro del cuadro de juego, ha sido regular, pero constante. Los kilos de más se han ido esfumando en cada partido, y la agilidad empieza a surgir, lo mismo que la soltura y la seguridad en el desempeño. Me he estado esforzando de defender, en jugar como contención o defensa central, para probar mis fuerzas, mis ganas de volver a la batalla, el liet motive de la existencia y la eterna lucha contra el miedo.
El domingo cambié de posición, y retome la delantera, como en los viejos tiempos —hace más de seis años—, para buscar la consagración de los dioses, el gol. Mi rendimiento fue aceptable. Para exagerar un poco: extraordinariamente sublime y excelente. Controlé, burlé, driblé, golpeé, caí, me levanté, pasé balones y anoté uno de los goles más esplendorosos en la historia del futbol.
La escena, un campo llanero, 22 jugadores, un árbitro, la porra y banca de ambos equipos, el sol de mediodía y el viento soplando al norte. Gritos y pasión. Un juego intrincado en medio campo. Y en un instante se origina un pase-centro filtrado entre la defensa central y la eminente salida del portero, todo en un especio de tres metros. Por mi parte, corrí al límite, aceleré en menos de tres segundos, hasta donde mi organismo lo permitió. En mi mente se concibió el gol, la portería, el espacio-tiempo y la gloria. Punteé el balón, levantándolo, dejándolo lejos de las manos del cancerbero y los defensas, con dirección al arco: goooool!
¿Cómo hubiera celebrado años atras? Estrepitosamente, dando algunas maromas, quitándome la playera y gritando desaforadamente gol hasta sentir el agotamiento de la garganta y la inevitable salida de un gallo, haciendo mil piruetas, señales y repartiendo besos a mansalva.
Al caer la anotación, sólo levanté las manos, en señal de triunfo, estreche a mis compañeros y regrese a mi posición.
¿Por qué tanta serenidad en dicho acto? Es tan sencillo responder, había alcanzado —nuevamente— mi deseo, degustado la ambrosia, el reencuentro con el gol. La elevación y paz del espíritu, el nirvana, algo más allá de lo meramente terrenal. La conexión con el todo y la nada, con lo efímero y eterno.
Disfruté la existencia, el goce y el dolor, el recuerdo de las quejas y las muletas. Una pizca de gloria e infierno; dulce y sal acompañados de limón.
Cómo despedida, lo único que puedo decir, es que la vida es bella: un gol hecho poesía.
¿Por qué tanta serenidad en dicho acto? Es tan sencillo responder, había alcanzado —nuevamente— mi deseo, degustado la ambrosia, el reencuentro con el gol. La elevación y paz del espíritu, el nirvana, algo más allá de lo meramente terrenal. La conexión con el todo y la nada, con lo efímero y eterno.
Disfruté la existencia, el goce y el dolor, el recuerdo de las quejas y las muletas. Una pizca de gloria e infierno; dulce y sal acompañados de limón.
Cómo despedida, lo único que puedo decir, es que la vida es bella: un gol hecho poesía.
Comentarios
"La conexión con el todo y la nada, con lo efímero y eterno".
V.